PSICOTERAPIA
Y ESPIRITUALIDAD
Ken Wilber
Hola, Edith, adelante. ¿Te importaría perdonarme unos minutos?
Acabo de recibir una llamada muy poco frecuente. Vuelvo en seguida. Luego fui al
cuarto de baño, me lavé la cara y me miré en el espejo. No recuerdo lo que pasó
por mi mente; pero entonces, como suele ocurrir en circunstancias similares,
sencillamente me disocié y dejé fuera de mi consciencia la pesadilla que
probablemente estaría aguardándonos en la consulta del médico. Mi alma se
cubrió con el manto de la negación, y arropado en el personaje de profesor -que
engalané con una sonrisa de plástico- salí a reunirme con Edith.
¿Qué era lo que hacía que Edith resultara
tan agradable? Supuse que tendría unos cincuenta años; su rostro era radiante y
despejado, por momentos casi transparente y, sin embargo, suscitaba una
impresión de firmeza, fortaleza y seguridad, de manera que su sola presencia
despertaba confianza y parecía decir que estaba dispuesta a hacer cualquier
cosa por un amigo y que lo haría encantada. Sonreía la mayor parte del tiempo,
pero su sonrisa no era forzada ni tampoco parecía ocultar o negar el dolor; era
una sonrisa que armonizaba perfectamente con todo su cuerpo. Parecía una
persona muy fuerte pero sumamente vulnerable, alguien que seguía sonriendo aún
en medio de la aflicción.
Mientras mi mente seguía encubriendo el
posible futuro, me quedé impresionado -a decir verdad, por primera vez- ante la
extraña aura que parecía haberse tejido a mi alrededor a causa de mi negativa a
conceder entrevistas o aparecer en público durante los últimos quince años. Por
mi parte, se trataba de una decisión muy sencilla, pero parecía haber generado
mucho ruido e incluso había llegado a suscitar ciertas dudas sobre mi propia
existencia. En los primeros quince minutos, estuvimos charlando de mi
invisibilidad y, cuando su artículo fue publicado en Die Zeit, comenzaba
del siguiente modo:
Es un ermitaño -me habían dicho de Ken
Wilber- nadie puede entrevistarle, lo cual no hizo sino avivar aún más mi
curiosidad. Sólo le conocía por sus libros, en los que, por cierto, exhibía un
conocimiento enciclopédico, una mente abierta a paradigmas muy diversos, un
estilo preciso y lleno de poderosas imágenes, una extraordinaria capacidad de
síntesis y una claridad de pensamiento muy poco habitual.
Le escribí pero no obtuve respuesta. Luego
volé a un congreso de la International Transpersonal Association en Japón.
Según el programa, Wilber iba a ser uno de los exponentes. Japón estaba
precioso en primavera y el encuentro con las tradiciones religiosas y
culturales niponas fue inolvidable. Sin embargo, Ken Wilber no se presentó;
aunque, y pese a todo, se hallaba, de algún modo, presente, porque sobre él se
proyectaban muchas expectativas. Ser invisible no es una mala estrategia de
relaciones públicas, sobre todo si te llamas Ken Wilber.
Pregunté quién le conocía. El presidente de
la Asociación, Cecil Burney, me respondió: Somos amigos. Es una persona muy
sociable y nada pretenciosa. ¿Cómo se las ha arreglado -le pregunté- si nació
en 1949 y sólo tiene 37 años, para escribir diez libros en tan poco tiempo?
Trabaja duro y es un genio, fue su lacónica respuesta.
Con la ayuda de amigos y de sus editores
alemanes intenté nuevamente conseguir otra entrevista. Estaba en San Francisco
y todavía no tenía su consentimiento. Y entonces, de repente, va y me dice por
teléfono: Claro, venga a verme. Nos reunimos en su casa. La sala de estar está
amoblada con una mesa y sillas de jardín y, a través de una puerta entornada,
distingo un colchón en el suelo. Ken Wilber, descalzo, con la camisa
desabrochada -es un caluroso día de verano- me ofrece un vaso de jugo y me
comenta, sonriendo: Existo.
-Ya lo ves, Edith, existo- le dije,
sentándome. Todo el asunto me resultaba muy divertido y pensé en la frase de
Garry Trudeau: Intento cultivar un estilo de vida que no requiera de mi
presencia. ¿Qué puedo hacer por ti, Edith? -pregunté.
-¿Por qué no concedes entrevistas?
Y entonces le expuse mis razones,
fundamentalmente porque lo único que quiero hacer es escribir y las entrevistas
me distraen demasiado. Edith escuchaba atentamente mientras sonreía, y yo podía
sentir perfectamente su amorosa presencia. Había algo muy maternal en su
actitud, en la dulzura de su voz y, por alguna razón, eso me hacía aún más
difícil olvidar el pavor soterrado que, cada tanto, intentaba salir a la
superficie.
Hablamos durante horas y tocamos muchos
temas. Edith parecía conocer a fondo la cuestión. Cuando luego abordó el tema
fundamental de la entrevista, puso en marcha su grabadora.
EZ: Rolf, yo y
nuestros lectores estamos especialmente interesados por la interfase existente
entre la psicoterapia y la religión.
KW: ¿Y qué entiendes
por religión? ¿El fundamentalismo, el misticismo, la religión exotérica o la
religión esotérica?
EZ: Muy bien.
Podríamos empezar por ahí. Creo que en tu libro Un Dios Sociable
presentas once definiciones diferentes, once formas distintas de utilizar la
palabra religión.
KW: Lo que quiero
decir es que no podemos hablar de ciencia y religión, de psicoterapia y
religión, o de filosofía y religión mientras no nos pongamos de acuerdo en lo
que entendemos por religión. Para esta entrevista creo que, por lo menos,
deberíamos distinguir entre las llamadas religiones exotéricas y las religiones
esotéricas. La religión exotérica o externa es una religión mítica, una
religión terriblemente concreta y literal, que cree, por ejemplo, que Moisés
separó las aguas del Mar Rojo, que Cristo nació de una virgen, que el mundo se
creó en seis días, que una vez llovió literalmente maná del cielo, etcétera.
Las religiones exotéricas del mundo entero se afirman en este tipo de
creencias. Los hindúes, por ejemplo, creen que la tierra descansa sobre la
espalda de un elefante y que éste, a su vez, se apoya sobre una tortuga que reposa
sobre una serpiente. Pero cuando les preguntamos: ¿Y en qué se apoya la
serpiente?, te contestan: Hablemos de otra cosa. Si les hiciéramos
caso tendríamos que creer que Lao Tsé tenía novecientos años cuando nació, que
Krishna hizo el amor a diez mil pastorcillas, que Brahma brotó de una grieta en
un huevo cósmico, etcétera. Así son las religiones exotéricas: un conjunto de
sistemas de creencias que intentan explicar los misterios del mundo en términos
míticos, más que en términos de experiencia directa o de evidencia.
EZ: De modo que la
religión exotérica o externa es, fundamentalmente, una cuestión de creencias,
no de evidencia.
KW: Así es, y si
crees en todos esos mitos te salvarás; y, si no crees en ellos, te irás al
Infierno. Desde ese punto de vista no hay alternativa posible. Este tipo de
religión fundamentalista se encuentra en todos los rincones del mundo. Yo no
discuto nada de eso; lo único que afirmo es que ese tipo de religión, la
religión exotérica, no tiene nada que ver con la religión mística, esotérica o
la experimentable. Ese es el tipo de religión o espiritualidad que
verdaderamente me interesa.
EZ: ¿Qué significa
esotérico?
KW: Interno u oculto.
Una religión no es esotérica o mística porque sea oculta, secreta o algo por el
estilo, sino porque es una cuestión de experiencia directa y de consciencia
personal. La religión esotérica no te pide que tengas fe en nada o que te
sometas dócilmente a algún dogma. La religión esotérica, por el contrario,
consiste en un conjunto de experimentos personales que llevas a cabo
científicamente en el laboratorio de tu propia consciencia. Como toda ciencia
que se precie, la religión esotérica no se basa en las creencias o los deseos
sino en una experiencia directa validada y verificada públicamente por un grupo
de iguales que también han llevado a cabo el mismo experimento. Ese experimento
es la meditación.
EZ: Pero la
meditación es privada.
KW: No, no lo es. No
es más privada que digamos, por ejemplo, las matemáticas. No existe la menor
evidencia sensorial o empírica de que el cuadrado de -1 sea igual a uno. La
veracidad o falsedad de este tipo de afirmaciones descansa exclusivamente en su
conformidad o inadecuación a ciertas reglas de lógica interna. Así pues, en el
mundo externo no es posible encontrar ningún número negativo; eso sólo existe
en nuestra propia mente. Pero que sólo exista en nuestra mente no significa que
sea falso, no implica que sea un conocimiento privado y que no pueda ser
validado públicamente. Su veracidad, por el contrario, es validada por una
comunidad de matemáticos experimentados, personas que conocen la forma de
realizar el experimento lógico necesario para decidir su verdad o su falsedad.
Exactamente del mismo modo, el conocimiento meditativo es un conocimiento
interno. Pero, al igual que ocurre con las matemáticas, se trata de un
conocimiento que puede ser validado públicamente por una comunidad de
meditadores experimentados que conocen la lógica interna de la experiencia
contemplativa.
La veracidad del teorema de Pitágoras, por
ejemplo, no se determina por sufragio universal, sino que son los matemáticos
experimentados quienes deciden al respecto. De manera similar, las distintas
tradiciones espirituales afirman, por ejemplo, que la experiencia íntima del
Ser es una con la experiencia del mundo externo. Pero, en cualquiera de los
casos, se trata de una verdad que puede ser verificada experimental y
vivencialmente por cualquiera que lleve a cabo el experimento adecuado. Y, tras
unos seis mil años de experimentación, es perfectamente lícito extraer ciertas
conclusiones y postular determinados teoremas espirituales, por así decirlo.
Esos teoremas espirituales constituyen el núcleo mismo de las tradiciones de la
sabiduría perenne.
EZ: Pero, ¿por qué se
les considera ocultas?
KW: Porque hasta que
no lleves a cabo el experimento no sabrás lo que ocurre y, por consiguiente, no
estarás autorizado para votar, del mismo modo que si no aprendes matemáticas no
te permiten dictaminar sobre la veracidad o falsedad del teorema de Pitágoras,
lo cual no quiere decir que no puedas tener opiniones al respecto. Pero al
misticismo no le interesan las opiniones, sino el conocimiento. La religión
esotérica, el misticismo, permanece oculta a toda mente que no lleve a cabo el
experimento adecuado. Eso es todo lo que significa el término esotérico.
EZ: Pero las
religiones son muy diferentes entre sí.
KW: Las religiones
exotéricas difieren enormemente entre sí, pero las religiones esotéricas de
todo el mundo son prácticamente idénticas. Como ya hemos visto, el misticismo o
esoterismo es, en un sentido amplio del término, científico, y al igual que no
existe una química alemana diferente de la química americana, tampoco existe
una ciencia mística hindú diferente de la musulmana. Más bien al contrario,
ambas están fundamentalmente de acuerdo en la naturaleza del alma, la
naturaleza del Espíritu y la naturaleza de su identidad suprema, por nombrar
tan sólo algunas de sus múltiples coincidencias. Eso es lo que los eruditos
denominan la unidad trascendente de las religiones del mundo -es decir, el
núcleo esotérico que las unifica-. Obviamente, sus estructuras superficiales
varían enormemente, pero sus estructuras profundas, en cambio, son
prácticamente idénticas y reflejan la unanimidad del espíritu humano y sus
leyes reveladas fenomenológicamente.
EZ: Lo que dices es
muy importante pero no pareces creer -a diferencia de Joseph Campbell- que las
religiones míticas transmitan ningún conocimiento espiritual válido.
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